Compartimos con toda la comunidad educativa del IES Huerta Alta el relato ganador de nuestro IV Concurso literario del Día de la Paz. Este curso lo propusimos al alumnado de 3º ESO en adelante y la ganadora ha sido la alumna de 3º ESO B Celia García Cordero.
Los días sin abrazos.
Abrazos. Algo tan simple como contacto entre persona A y persona B puede fortalecer el sistema inmunológico, curar la depresión y aumentar la capacidad de resolver problemas. Un simple contacto, piel con piel, vida con vida. Con un abrazo puede que hayamos resuelto miles de conflictos y momentos difíciles…Pero, en otras ocasiones…Un simple abrazo puede hacer daño. Vamos a ponerlo en contexto con mi vida. Teniendo en cuenta los puntos anteriores, con razón se me dan tan mal las matemáticas, socializar, resolver problemas y es por eso que también me diagnosticaron depresión. Yo no soy como los típicos niños que se autodiagnostican depresión y van por ahí diciendo: “Uy, mira, tengo depresión, escucho música triste, estoy broken y me pongo un perfil de Bart Simpson triste para que todos sepan que tengo depresión”. Y se ponen a llorar lágrimas de cocodrilo. Yo no soy de esas, yo soy un caso oficial, he tenido múltiples intentos de suicidio en los últimos cuatro años de mi vida. Un día, incluso meses y años sin abrazos, son normales para mí. Ese contacto me da igual, me prometí a mí mismo no abrazar ni ser abrazado. Aquí va el porqué los abrazos pueden ser malos o perjudiciales.
Parte 1. La despedida.
Desde aquel trágico día de la muerte de mi hermana y mi madre en ese maldito accidente de tráfico, fui el único superviviente. Yo que les quería mucho, tenían la vida por delante. Por un lado, mi hermana estaba muy feliz, había cumplido su sueño, conseguir una beca de estudios en otro país. Y por el otro lado, mi madre había conseguido un mejor trabajo y podría salir de esa cloaca con olor a cerveza en la que trabajaba casi todos los días. Volviendo al tema principal, yo fui el único superviviente de ese accidente. Dijeron que iba a salir con heridas muy graves pero sin riesgo de perder la vida. Estuve inconsciente por varios días y, cuando desperté, me contaron todo lo que pasó. Me contaron que mi madre había muerto en quirófano cuando intentaban quitarle los trozos de cristales en su corazón. Cuando me lo contaron, mis lágrimas corrieron por mis mejillas como si de gotas de rocío de hojas se tratasen. Conforme los días iban pasando, yo iba mejorándome a la par que me iba volviendo más y más autodestructivo, con tendencia a dañarme y dañar a los demás. Solo quería morir. También en esos días mi hermana iba empeorando, los médicos dijeron que a lo mejor no saldría a flote. Así que cuando me dieron el alta, corrí a verla. Me posicioné frente a la puerta, ponía “habitación 505”. Al entrar lo primero que vi fueron las vistas a un edificio gris con un cartel publicitario. Luego giré la cabeza, lo que vieron mis ojos me dio mucho miedo. Se me hizo un nudo en la garganta y mis piernas temblaban mucho. Nunca había visto semejante panorámica. Mi hermana, una chica que hasta hacía varios días había estado feliz por su beca, ahora estaba ahí, entubada, muy débil en una cama de hospital, debatiendo entre la vida y la muerte. Me acerqué a abrazarla, ella apenas tenía la fuerza para extender los brazos y abrazarme. Así que de todas maneras con todas maneras la abracé con todas mis fuerzas. Varios días después ella murió. El último abrazo que ella recibió fue el mío.
La semana después de sus muertes se me hizo muy dura. Durante ese periodo de tiempo vinieron mis primeros intentos de suicidio. Por eso mi tía, con la que ahora vivía, venía cada media hora para ver si me había cortado o algo así por el estilo. Mi tía decidió llevarme a un psicólogo el cual me diagnosticó depresión. Me recomendó adoptar una mascota, así que accedimos a comprar un gato. Otra cosa que me gustaría aclarar: mi tía no es como las típicas estas que te hacen la vida imposible, sino todo lo contrario. Era muy buena, amable, divertida y se preocupaba por mí. El gato que me compré se llamaba Rapson, tal y como yo me llamaba en los videojuegos. Jugaba durante día y noche, los estudios me daban igual. Yo solo quería jugar para olvidar todo y a todos los que me rodeaban. Mi gato era mi único compañero. Durante mis días de juego conocí a una chica la cual se llamaba Wildberry. La verdad, era mejor que yo en todo.. Su voz era bonita, era de mi ciudad, lo tenía todo.
Parte 2. El puñal por la espalda.
Me enamoré locamente de ella, quería declararme, pero era muy temprano. Así que decidí esperar un poco más. Primer gran error mío. Estábamos durante día y noche hablando, jugando o en videollamada. Un día me dijo de quedar e ir a tomar un helado. Yo acepté. Nunca nadie había querido quedar conmigo. Todos eran desagradables conmigo, lo que me hizo enamorarme de ella aún más. El día de la quedada ella trajo a más amigos de los cuales me hice “amigo” por así decirlo. Pero hubo uno que resaltó entre los demás. A ese le consideré un “pana”. Un amigo que no te deja ni en las buenas ni en las malas. Esa tarde fue de las mejores de mi vida. Hasta que llegó el momento de irse. Pasó una cosa un tanto extraña para mí. La chica se me acercó y me abrazó. Juré que no abrazaría ni me abrazaría nadie…Pero…Ella era una excepción…Segundo fallo mío. Los días siguientes le conté mi pasado. Ella se sorprendió y entristeció mucho. Unos días después empecé a notar como ella se iba alejando. Así que supe que tenía que declararme, era ahora o nunca. Tras declararme, me dijo algo que me marcó y me dolió mucho. Más que diez mil cuchillos y agujas clavándose. “Tengo novio ya”. Me aparté del ordenador, me tumbé en la cama, miré al techo y decidí hacerlo. Tercer gran error mío. Me corté mal.
Raramente, sentí algo que no había sentido antes. Algo suave a la vez que cálido abrazándome. Lo raro es que ese lugar estaba frío, muy frío, a la vez que vacío. Poco a poco vi una imagen reconocida para mí, un edificio gris con un cartel publicitario y recordé: “Habitación 505”. Giré la cabeza al otro lado, ahí estaba mi tía llorando destrozada y desesperadamente. Nada más me vio, me desperté y me abrazó. Ya me daba igual esa promesa, la había roto. Incluso ya me daba igual el hecho de conseguir pareja. Mi pana, al enterarse de la noticia, corrió al hospital. No pudo contenerse y también me abrazó.
Parte final. Por qué necesitas un abrazo.
Desde ese momento, yo, una persona que odiaba los abrazos supo lo que ese artículo quería decir. Ese contacto por tan simple y estúpido que parezca es más de lo que parece. Supe que al ver a mi gran amigo y tía destrozados tuve que hacer otra promesa: “Juro que voy a hacerlos felices y que nunca más les haré daño”.
Ahora soy un reconocido psicólogo que ha ganado cientos de premios gracias a sus terapias de abrazos. El cual ahora no sabe vivir un día sin abrazos. Ya sea de mi compañero peludo Rapson, de mi amigo o de mi tía.
A veces las guerras no son entre países y personas. A veces las guerras están en nosotros mismos y un simple abrazo, ya sea de tu amigo, hermano, perro, gato, vecino o conocido puede apaciguarlas.